Nada que envidiarle al Mundial de Brasil que se está desarrollando.
Acá, en el fútbol nuestro, también se pueden ver encuentros de nivel
superlativo y de alto voltaje emocional.
Así que si usted, amigo lector, se perdió el 4-2 de Argelia sobre Corea del Sur, y eligió ir a la Loma a ver Bella Vista-Comercial, créame que salió ganando.
Fue un partidazo. Y no porque hubo cinco goles y terminó 3-2 a favor del albiverde, sino porque fue uno de esos enfrentamientos donde el resultado pudo haber sido cualquiera. Ambos equipos arriesgaron el pellejo por ganarlo, en las dos áreas pasó de todo y el desnivel en el tanteador se produjo a los 48 minutos del complemento, etapa donde el dueño de casa dio vuelta un trámite que en el segmento inicial le había sido muy desfavorable.
Pero no nos quedemos sólo con eso. El árbitro Daniel Ramundo, que no dirigió con la excelencia y la claridad conceptual de otros cotejos (polémicas, ver aparte), mostró 16 amarillas, dos rojas y por momentos permitió que los violentos le ganen al reglamento.
Aunque el mérito de oro fue del conjunto gallego. Puede ir perdiendo 10-0, pero no le importa, su corazón, siempre, es más grande que cualquier desventaja.
Ayer, en el entretiempo reseteó su memoria, cambió la batería, tiró las pilas sulfatadas, tomó un té de tilo o un ansiolítico para calmar los nervios y salió con otra energía espiritual al complemento. Y en un minuto hizo todo lo que no había podido en los 45 iniciales. A los 11, Torman dijo “estamos vivos” con un cabezazo abajo del arco y a los 12, Ponce le dio una manito al local, esa misma mano que despegó de su cuerpo para acomodar el balón en el centro de su propia área cuando lo apuraban Salgado y Lucas Martínez.
El 2-2 alegró al local, por supuesto, pero no lo conformó en lo más mínimo. Siguió manejando la pelota, atacó con todo lo que tenía para atacar, se acordó que la visita le había perdonado la vida en la primera parte y lo arrinconó contra su valla para asesinarlo sin piedad y a sangre fría.
Pero recién le acertó el tiro mortal en el tercer minuto de descuento y porque Gabino Belleggia, habilitado, fue más pescador que todos los whitenses para mandar a la red el rebote que devolvió el travesaño después de un derechazo de Quique Gutiérrez.
Sí, los de Silvio Mosconi, de rebote y por la ventana, se metieron entre los cuatro de arriba. Pero si de algo tiene que estar orgulloso el hincha gallego, es que si sufre, goza, rezonga o se alegra, es por un equipo con un corazón más grande que todo el barrio Bella Vista.
Así que si usted, amigo lector, se perdió el 4-2 de Argelia sobre Corea del Sur, y eligió ir a la Loma a ver Bella Vista-Comercial, créame que salió ganando.
Fue un partidazo. Y no porque hubo cinco goles y terminó 3-2 a favor del albiverde, sino porque fue uno de esos enfrentamientos donde el resultado pudo haber sido cualquiera. Ambos equipos arriesgaron el pellejo por ganarlo, en las dos áreas pasó de todo y el desnivel en el tanteador se produjo a los 48 minutos del complemento, etapa donde el dueño de casa dio vuelta un trámite que en el segmento inicial le había sido muy desfavorable.
Pero no nos quedemos sólo con eso. El árbitro Daniel Ramundo, que no dirigió con la excelencia y la claridad conceptual de otros cotejos (polémicas, ver aparte), mostró 16 amarillas, dos rojas y por momentos permitió que los violentos le ganen al reglamento.
Aunque el mérito de oro fue del conjunto gallego. Puede ir perdiendo 10-0, pero no le importa, su corazón, siempre, es más grande que cualquier desventaja.
Ayer, en el entretiempo reseteó su memoria, cambió la batería, tiró las pilas sulfatadas, tomó un té de tilo o un ansiolítico para calmar los nervios y salió con otra energía espiritual al complemento. Y en un minuto hizo todo lo que no había podido en los 45 iniciales. A los 11, Torman dijo “estamos vivos” con un cabezazo abajo del arco y a los 12, Ponce le dio una manito al local, esa misma mano que despegó de su cuerpo para acomodar el balón en el centro de su propia área cuando lo apuraban Salgado y Lucas Martínez.
El 2-2 alegró al local, por supuesto, pero no lo conformó en lo más mínimo. Siguió manejando la pelota, atacó con todo lo que tenía para atacar, se acordó que la visita le había perdonado la vida en la primera parte y lo arrinconó contra su valla para asesinarlo sin piedad y a sangre fría.
Pero recién le acertó el tiro mortal en el tercer minuto de descuento y porque Gabino Belleggia, habilitado, fue más pescador que todos los whitenses para mandar a la red el rebote que devolvió el travesaño después de un derechazo de Quique Gutiérrez.
Sí, los de Silvio Mosconi, de rebote y por la ventana, se metieron entre los cuatro de arriba. Pero si de algo tiene que estar orgulloso el hincha gallego, es que si sufre, goza, rezonga o se alegra, es por un equipo con un corazón más grande que todo el barrio Bella Vista.