MARTIN AGUIRRE, 30 años, dos ascensos en el lomo: con Bella Vista y Godoy Cruz.
“Pelado, más vale que jugués como contra nosotros; te traje por eso, para eso”.
A modo de bienvenida, el Pelado de las mechas al viento se la puso en el pecho al Pelado de bocha reluciente que en sus ratos libres hace de doble del Luigi Villalba. De sus últimos días desesperados como futbolista, en los que arrastraba alma y cuerpo, Matías corazón de león recuerda muy bien aquella gélida nochecita bahiense de terror: había un pelado que lo pasaba como alambre caído por izquierda y por derecha. Jamás lo pudo detener.
“Yo creo que ese partido influyó bastante en mi llegada a River, más del 50 por ciento, sobre todo porque enfrenté a Matías y Matías ahora es el técnico”, admitirá con timidez Martín Aguirre, que no tiene la prepotencia goleadora de Cavenaghi, ni la categoría del Chori, ni la presencia física y técnica de Carlos Sánchez, pero ofrece despliegue, marca, distribución, disparo de afuera y gol a pesar de su andar desgarbado. Dos partidos en River le bastaron al hincha para darse cuenta de que Aguirre será uno de los pilares de la campaña.
En realidad, River no solo padeció a Aguirre en aquel espantoso 0-0 de Bahía sino durante todo el semestre pasado porque el Gula, a quien no conocen de otro modo en sus pagos, fue el motor de Olimpo en su pelea contra el promedio, luchando y convirtiendo goles decisivos como aquel agónico ante Argentinos. Toda la familia riverplatense vivió pendiente de lo que hacía el Aurinegro. Fue una suerte para El Gula, una desgracia para River. Pero ahora ya está. Lo cierto es que aunque tenía para elegir dos opciones en la A, Aguirre se terminó inclinando por River en la B.
“Mi pase era de Godoy Cruz –se sincera– y tenía que volver, pero me quedaba un año de contrato y al terminarlo quedaba libre, por eso los dirigentes tenían intenciones de venderme. Me buscaron de Colón y estaba todo arreglado, hasta me llamó el Bichi Fuertes para hablarme, faltaban solo detalles, pero en el medio apareció River y me empezó a cambiar la ficha, ni lo dudé, enseguida me vine a Buenos Aires a firmar el contrato”.
Firmó. Pisando los 30 años, después de 13 temporadas de subibajas con equipos chicos, el Gula al fin sentirá lo que es calzarse una camiseta pesada. Un dato paradójico permite compararlo con su amigo de barrio, infancia y juventud, Rodrigo Palacio. Mientras el Pala, que es un año menor, explotó en Banfield, la descosió en Boca durante 5 años y está iniciando su tercera temporada en Italia, al Gula se le acaba de abrir la puerta del fútbol grande. Vale, entonces, repasar una carrera signada por el sacrificio, los viajes interminables y un par de huidas de canchas hostiles apretando los cachetes.
Aguirre es bahiense de Bella Vista, el mismo barrio de Palacio, el Coco Basile y Jorge Recio, un exdefensor que también jugó en Olimpo y River en los 60. A los 7 años empezó en el club Bella Vista y aunque el DT Pelito Hernández lo mandó al arco, enseguida salió porque ya mostraba aptitudes en el medio. “Aparte no me daba la altura”, confiesa Martín, al que desde chico le adosaron el sobrenombre Gula, por aquel minipersonaje de Tinelli, y no porque cayera en el pecado capital de morfarse siempre la pelota. “Era una etapa en la que todos pegaban el estirón y yo venía algo atrasado”, acepta y hace el gesto de que aún sigue esperándolo (al estirón).
Debutó con 16 años en la Liga local y luego jugó en el Argentino C. “Mis viejos me apoyaron siempre con el fútbol. Cuando empecé, mi papá me llevaba en el caño de la bici todos los días hasta el club, eran como 30 cuadras. Traté de estudiar grafología, pero duré 4 meses, no era lo mío. Después trabajé en Big Six, una cadena de comidas rápidas. Era cajero y preparaba los pedidos, también hice changas de pintor, de albañil, de lo que hubiera para ayudar en casa, donde también vivían mis tres hermanas menores”, repasa.
Carencias, abundaban. “En Inferiores había una sola pelota, y nos entrenábamos en el campo municipal, debajo de un farol”, describe sin ánimo de queja. Ya con los mayores, participó del bautismo del Albiverde en el Argentino B. “El técnico, Darío Bonjour, tenía una casilla rodante y viajábamos para todos lados, a San Luis, Madryn –revive-. Era un colectivo, con una mesa grande en la que comíamos y jugábamos a las cartas y al fondo había seis cuchetas; el resto dormíamos tirados en colchones. Esos viajes te dan amistades para siempre”.
¿Si era una categoría jodida?
“El Argentino C y el B son terribles, por lo menos en esos años. Los árbitros te matan, pitan para el local, la gente poco menos que entra hasta el vestuario. La policía en vez de defenderte, te pega. Nosotros perdimos una final por penales contra Cipolletti, en Río Negro, y los hinchas estaban parados en la línea, al costado del arco. El árbitro avisó que no iba a suspender la definición. Imaginate las cosas que le decían a nuestro arquero. Y bueno, al final el arquero erró el último penal. Si ganábamos… nos mataban”.
¿Si cobró alguna vez?
“El día que ascendimos en cancha de Centenario, en Neuquén, fue tremendo. Ya nos tiraron piedras cuando llegamos. Ya dentro de la cancha nos agarramos a piñas con los jugadores rivales. La policía empezó a tirar gases, balas de goma, no podíamos entrar a nuestro vestuario porque lo habían invadido. Teníamos un utilero que pesaba 150 kilos y nosotros empujándolo al gordo para que pudiera trepar el alambrado, mientras agarrábamos las granadas de gases y las tirábamos de vuelta. Todavía no sé cómo salimos vivos de la cancha a la calle. Era una cuadra y estábamos todos tirados, ahogados por el gas, con los botines puestos. Los milicos empezaron a sacar a los hinchas para el lado del pueblo y los mismos vecinos nos ayudaron. Por suerte, Bella Vista llevaba bastante gente, unas 500 personas, unos nenes bárbaros, fueron hasta el vestuario a recuperar nuestra ropa, documentos y teléfonos. No, si te digo que era una categoría áspera, era áspera de verdad, corría peligro tu vida. No había veedor, no había control, los árbitros estaban puestos... era tierra de nadie. Ahora cambió, está más controlado todo”.
El Pelado que entonces llevaba el pelo hasta la cintura (ver foto) no se amedrentaba con esas batallas, aunque estuvo cerca de abandonar por otros motivos. Buscaba salir del pago chico y entonces se probó en Excursionistas y lo bocharon. En Aldosivi, y lo bocharon. Y hasta en el Civitanovese, en el último orejón del tarro de Italia. Siempre sopa.